miércoles, 14 de diciembre de 2011

DOS CABALLOS


Cerca de mi casa hay un campo
Dos caballos viven allí.

De lejos, parecen caballos como los demás, pero cuando se mira bien, se distingue que uno de ellos es ciego.  Con todo, el dueño no se deshizo de ese caballo y le acercó un amigo –un caballo más joven-.  Eso ya es de admirar.

Si te quedas observando, oirás un tintinear ... procurando saber de dónde viene el sonido, verás que hay un pequeña campana en el pescuezo del caballo más joven.

Así, el caballo ciego sabe dónde está su compañero y va hacia él.  Ambos pasan los días comiendo y al final del día el caballo ciego sigue a su compañero hasta el establo.

Puedes advertir que el caballo con la campanita está siempre mirando a su acompañante; a veces para, con el fin de que el otro pueda alcanzarlo.
El caballo ciego se guía por el sonido de la campana, confiado en que el joven lo está llevando por el camino correcto.

Como el dueño de esos dos caballos, Dios no se deshace de uno de nosotros solo porque no somos perfectos, o porque tenemos problemas o desafíos.  ÉL cuida de nosotros y hace que otras personas vengan en nuestro auxilio cuando así lo precisamos.

Algunas veces somos el caballo ciego guiado por el sonido a aquél o aquéllos que Dios coloca en nuestras vidas.

Otras veces, somos el caballo que guía, ayudando a otros a encontrar su camino.

Así pasa con los buenos amigos ... No es preciso verlos, más ellos están allí.

lunes, 12 de diciembre de 2011

"MAÑANA ES LA ÚNICA UTOPIA" 

Frecuentemente me preguntan qué cuántos años tengo...

¡Qué importa eso!.
Tengo la edad que quiero y siento.
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido.
Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la
convicción de mis deseos.

¡Qué importa cuántos años tengo!.
No quiero pensar en ello.
Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo
que mi corazón siente y mi cerebro dicte.

Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer
lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos
y atesorar éxitos.

Ahora no tienen por qué decir: Eres muy joven, no lo lograrás.
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero
con el interés de seguir creciendo.

Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse
en el fuego de una pasión deseada.

Y otras en un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues
mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino
derramé al ver mis ilusiones rotas... valen mucho más que eso.

¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta!.
Lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!.
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.

José Saramago
Premio Nobel Literatura 1998